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Bosque
Festival Interior - Santa Fe - 2018

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En Rafaela, de donde soy, hay un pequeño bosque. Hace algunos años, cuando la ciudad era aún más pequeña y mis padres jóvenes, este bosque quedaba a las afueras y era largo el recorrido en bicicleta llegar hasta él. Hoy, aunque nunca haya cambiado de lugar, el bosque queda muy cerca. Este pulmón verde lleva el nombre Norberto Besaccia, un proteccionista que en los ´90 habría realizado gestiones para que no sea removido y que, cuenta la leyenda urbana, hasta habría llegado a ponerse frente a una topadora para impedir su destrucción. 
Hay varios hechos que desde la infancia me unen al bosque. Las muchísimas excursiones en bicicleta o caminando, junto a amigos o con mis hermanos y padre; la existencia de un disco de mi abuelo en cuya tapa está él caminando por un sendero del bosque, fotografía que le tomó Fito Previderé, un tradicional fotógrafo de la ciudad de Rafaela que siempre me interesó.
En algún momento de mi adolescencia, hablando con un amigo, me referí al bosque como “bosquecito”, como se lo suele llamar. Él me dice que se llama “Bosque Norberto Besaccia”, en honor a su abuelo. Fue así como conocí su historia. Recordé esta anécdota porque en el momento en que fui a realizar las fotografías del bosquecito me crucé con este amigo e inmediatamente pensé en la posibilidad de entrevistar a su abuela para conocer más la historia de Besaccia. Le escribo. 
Si bien el bosque es un lugar muy frecuentado por fotógrafos profesionales, familias e instituciones, ha sufrido en los últimos años un abandono increíble. Dicen algunos que se debe al lobby que ejerce el sector inmobiliario sobre el municipio por al altísimo precio de sus tierras.  La zona circundante, con el correr de los años, se fue poblando con casas de altísimo valor dándole al terreno las mismas características. 
Por otra parte, las palomas se han apoderado de los árboles de mediana estatura y su abundante excremento cubre gran parte del suelo. También están, con sus llamativos nidos y estrafalario cantar, las cotorras que son las dueñas de los eucaliptos y árboles de mayor altura. Micro-selva, sectores arrasados por los vientos de las últimas tormentas. Restos orgánicos. Musgo. Hongos. Descomposición. Tintes de excremento. Palomas y cotorras temerosas en un escenario nocturno inquietante. Y yo ahí, inmerso en ese universo microscópico de vida. 
 Recibo un mensaje. Es mi amigo que me contestó.

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Santa Fe, 8 de diciembre de 2018.
 

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